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True Story Award 2023

La ruta del mercurio

¿Por qué un elemento prohibido en casi todo el mundo se consigue tan fácil en América Latina en general y en sus selvas en particular? Una investigación que parte de cuatro puntos diferentes del Amazonas y que llega a México, Tayikistán y China.

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Desmadre de dios
Perú- Bolivia

Larri Ihuizi Keontehuari suele llevar en su bolsillo alguna pepita de oro que vende por 220 soles (60 USD) el gramo. Es un hombre menudo, de mirada esquiva y a sus 31 años es el presidente de la comunidad Harakmbut de Puerto Luz, en el sudeste de la amazonía peruana, donde las comunidades indígenas pueden extraer oro de su territorio sin pedir autorización al gobierno. Incluso, como hace Larri, pueden traer invitados no indígenas para que lo hagan. El problema son los invitados. Tienen en común con los mineros no invitados no ser de ahí: vienen para explotar la selva.

Puerto Luz, cobijada por una vegetación espesa, tiene 62 mil hectáreas y 500 habitantes. Es una de las 10 comunidades de la reserva comunal Amarakaeri en la provincia del Manu, región Madre de Dios. Para llegar, los mineros gastan al menos cien dólares tomando dos embarcaciones y tres camionetas-taxi.

En la entrada a la comunidad hay una cancha de fútbol que al mismo tiempo funciona como plaza central. Alrededor, casas de madera sin ventanas ni servicios sanitarios crujen por la humedad. En una de ellas se lee la frase: “al que mucho nos critica algo de nosotros le picó”. En la maleza, un par de gallos husmean perdidos entre botellas de plástico y cartuchos de caza. Entre ligeros ventarrones selváticos y música de largos días de borrachera, una iglesia evangélica tutela la cotidianidad del pueblo.

Larri vive al lado de la iglesia. Sus agrietadas manos permanecen entrecruzadas mientras intenta explicar cómo llegó a liderar su comunidad. Fue azar, él nunca lo quiso, nunca lo pidió y ahora está intentando descifrar sus responsabilidades. A diferencia de sus predecesores en el cargo, sus ojos relucen cuando se le pregunta por el oro: “estoy a favor de la minería artesanal”, dice. Y se apagan cuando se le pregunta algo como “¿cuál es el problema más grande que tiene la comunidad?”. Entonces Larri piensa una respuesta, observa detenidamente la piedrita de oro de unos 3 gramos que dejó refulgente sobre la mesa y, al no tener nada que decir, termina por estacionar sus ojos en una ligera llovizna que vuelve grises las copas de los árboles.

En la parte baja del pueblo está la casa de Jorge Tayón Keddero, el encargado de la seguridad comunitaria, quien a sus setenta años percibe cómo se desmorona la cosmogonía de su pueblo. Es un hombre corpulento que ha trasladado su fuerza física a la mente: “qué importa el hombre si no hay tierra para trabajar”, “qué importa el trabajo si el beneficio es para otros”, “qué importan los otros si no luchan por el bien común”. Calla. Al silencio lo cubren sus lágrimas. Jorge no está de acuerdo con invitar extraños, vive amenazado por mineros ilegales y opina, mirando barranco arriba, que a veces las personas se dejan seducir por el oro olvidando sus raíces.

Para Jorge hay alternativas para combatir la egoísta fiebre del oro: está plantando un cacao de calidad premium que fue premiado en Bélgica: “y para eso no hace falta mercurio ni arrasar más selva”.

Ruben Timelensuki, el antecesor de Larri, está de acuerdo con Jorge. En la maloca que habita con su numerosa familia, guarda un tarrito de mercurio El Español, al lado de su televisor de 42 pulgadas. Cada tanto se hunde en alguna ribera y extrae algo de oro para ganar unos cuantos soles.

Mercurio retrógrado

Entre 1932 y 1968 la empresa Chisso desechó en la bahía de Minamata, al sur de Japón, 80 toneladas de mercurio. Lo usaba para producir acetaldehído, el componente con el que se hacen los saborizantes de alimentos. Miles de personas y animales se envenenaron comiendo los peces imbuídos en Hg del mar Shiranui. Desde entonces a quienes se intoxican con esa sustancia se les diagnostica con la enfermedad de Minamata: un síndrome neurológico que afecta los sentidos y las neuronas motoras. Por eso, también, el Convenio mundial que prohíbe el mercurio tiene el nombre de esa ciudad japonesa. Adhirieron al Convenio de Minamata casi todos los países del mundo pero entre algunos de los que firmaron y no lo respetan, y otros que no directamente no adhirieron mantienen el mercurio en circulación.

El mercurio –también llamado azogue– se usa para producir cloro gaseoso, sosa cáustica, baterías, interruptores, electrodos y pesticidas. Con el fulminato de mercurio se detonan explosivos y con el vapor de mercurio se revelaban, en un principio, las fotografías. Mercurio es también un dios griego, alado e inquieto mensajero por el que el planeta y el elemento Hg de la tabla periódica se llaman mercurio. Hg es hydrargyrum: plata líquida. Produce aleaciones desde hace milenios: con él los griegos hacían pomadas y los romanos cosméticos. Mercurio es el planeta que según los astrólogos cuando está en retroceso le baja la energía a los humanos. Y también es el componente que en los termómetros analógicos informa la temperatura. En el Amazonas, sin embargo, hace subir la fiebre del oro.

Para amalgamar en una sólida piedrita los granos brillantes y amarillos que se filtran en los lechos de los ríos amazónicos, los mineros que llegan desde muy lejos y no no tienen nada que ver con la selva, necesitan hacer un montoncito con los granitos de oro y echar unas gotitas de mercurio. Hacen falta entre tres y siete gramos de azogue para producir un kilogramo de oro.

El mercurio per se contamina el ambiente pero, sobre todo, posibilita el desmadre. Ese es el problema del mercurio: se lo usa para sacar oro de la selva.

El oro es una de las principales causas de deforestación en la selva más grande del mundo. Y es en parte gracias al mercurio que a pesar de estar prohibido en casi todo el mundo, se consigue muy fácil en América Latina.

Ausencia del Estado

En la región Madre de Dios se produce la mitad del oro peruano, según el Ministerio de Energía y Minas del Perú. Para eso, deforestan el equivalente a 2 mil 500 campos de fútbol por mes. En el corazón de la selva el mercurio líquido “99%” se consigue en un paraje desarrollado sobre uno de los desiertos que deja la tala indiscriminada: se llama Delta 1 y está a unos dos kilómetros de Puerto Cruz.

Es un barrio con casas a medio construir, sistemas de desagüe a la vista, perros husmeando la basura y escombros apilados en las esquinas de calles enlodadas. Donde antes había una selva prístina, lo único que crecen son las ambiciones de los mineros, los negocios de ferretería de excavación y el furtivo despacho de tragos y mujeres a precios neoyorquinos, no en vano los mineros le llaman, entre risas, “Delta One”.

Delta 1 está rodeada de incontables montañas de tierra de unos cinco metros, infraestructuras de succión y resbaladillas que revientan la tranquilidad de la selva con motores fabriles: una minería artesanal autorizada por el gobierno, a gran escala y con máquinas. Pero escasea el control: el 78% de los mineros concesionados por el gobierno son personas físicas que no van a la mina: alquilan sus máquinas a hombres de todos los oficios que llegan de todo Perú en busca de un dinero que jamás conseguirán en las ciudades.

75 de los concesionarios de Madre de Dios también están autorizados por el gobierno para comprar mercurio. Según investigó el Center for Advanced Defense Studies varios de ellos fueron denunciados por minería ilegal, como el ex diputado y candidato a gobernador de la región Eulogio Amado Romero Rodríguez. La consultora Macroconsult S.A. calculó que la tercera parte del oro que vende Perú –principalmente a Canadá, India y Suiza– se extrae de forma irregular.

En Delta 1 un restaurante puede ser un motel, una agencia para enviar dinero o una joyería que no vende, solo compra oro. En ningún lado se anuncia “venta de mercurio”, pero preguntando se consigue como si fuera arroz o Inca Kola. La botellita de 100 gramos la venden a 60 soles (15 USD) y la de 500 gramos a 270 (70 USD). Se consigue a un precio similar a tres horas de ahí, al borde del kilómetro 108 de la ruta transoceánica, en el paraje La Pampa, donde se han hallado fosas clandestinas con huesos incinerados, donde la ONG Capital Humano y Social (CHS) descubrió burdeles con 80 mujeres víctimas de trata de personas y donde según un estudio publicado en la revista Nature los niveles de contaminación por mercurio son similares a los de las zonas industriales de China.

Datos que delatan

Al año siguiente de firmar el Convenio de Minamata, en 2015, Perú comenzó a cumplirlo: dejó de importar mercurio. Entonces, las importaciones totales nacionales de azogue desde Bolivia subieron casi en la misma proporción que bajaron las de Perú.

Lo confirma la ingeniera química Vilma Morales, quien lidió diez años desde el Ministerio del Ambiente de Perú con el tráfico de mercurio y tiene los registros en los que consta cómo el azogue que hasta 2014 importaba Perú pasó a su vecino del sur: “en el 2012 Bolivia importaba treinta y cuatro toneladas, para el 2016 doscientos treinta y Perú en ese año cero”. Según datos oficiales, en 2020 Bolivia importó 160 toneladas de mercurio por 7 millones de dólares, más que nadie en el mundo. La mitad provinieron de México (el segundo productor global después de China), un poco menos de Rusia y el resto de Tayikistán, Vietnam e India.

Una vez en territorio boliviano el mercurio se dispersa. La trazabilidad se pierde pero Vilma Morales está segura: “la hipótesis que más toma fuerza realmente es la de Bolivia, o sea, es un hecho, entra sobre todo por Desaguadero, la frontera con Perú”.

Mercurio libre

“El Español” –reconocible por su logo de un torero haciendo pasar un toro– es la marca más conocida de mercurio. Se consigue tanto en Perú como en Bolivia. En el dorso de la botella se lee: “Con Dios todo, sin él nada”. El dueño de la marca es Alfredo Triveños, condenado por tráfico de mercurio en 2016 después de recibir el premio a la “mejor empresa peruana del año” en 2012. En su página web, Triveño comparte memes con frases como “hay una gran diferencia entre renunciar y saber que ya tuviste suficiente”. No claudicó: en los registros del distrito de Callao, en Lima, la empresa de Triveño aparece como agencia de turismo, aunque también el usuario de e-mail –“mercury@qnet.com.pe”– lo delata.

Los vendedores de mercurio aprovechan la fama de “El Español” y reutilizan botellas o falsifican las etiquetas. El metal es tan pesado que medio kilo entra en un pequeño frasco de 40 ml. También se consigue un “mercurio alemán”: es rojo y lleva el emoji de una calavera y la leyenda “apto para tareas nucleares”. Pero como “El Español” (que no tiene nada que ver con España) es un marketing de comercialización: es el mismo mercurio pero con colorante rojo.

“El éxito no se mide por lo que logras sino por los obstáculos que superas”, posteó en su cuenta de Facebook Oscar Gandarillas, un hombre alto y morrudo de unos 50 años, que vive en La Paz, la capital de Bolivia. Oscar le va al club de fútbol Bolívar y es dueño de Handyman, una importadora boliviana de artículos de ferretería.

A Oscar le gusta la minería: sigue a la compañía de maquinaria china Xinhai Mining en las redes y le da like a los videos en los que muestran cómo los chinos procesan el oro en Tanzania. Oscar no hace nada ilegal: no hace falta ser un traficante porque cualquiera puede comprar y vender mercurio en Bolivia en ferreterías, el Marketplace de Facebook o Mercado Libre, sin pedir permiso ni ir preso. Y hace poco avisó en su muro: “llegó mercurio ‘El Español’, es el original”. Salía 850 pesos bolivianos el kilo (123 USD). En otros avisos, publicados durante el mes de mayo en Marketplace, especifican: “Hay mercurio plateado, original mexicano”.

Mujer maravilla

La exfiscal Karina Garay es la “Mujer Maravilla”, según una nota de la BBC. La sala de su casa, ubicada cerca del centro de Cusco, es un salón colonial atiborrado de óleos con retratos religiosos que coleccionaron sus abuelos: “desde chica me ha interesado la conciencia social y el cuidado del medio ambiente y me he enfrentado a los poderes que no piensan en él”.

Karina es una mujer de baja estatura, pero de voz fuerte y palabra precisa. Es jovial a la hora de hablar de su mote pero se pone seria cuando profundiza en lo difícil que ha sido ganarlo. Como fiscal persiguió a traficantes de todo tipo y por eso en 2020 fue la mujer del año en el Perú. El reconocimiento se lo otorgó el expresidente Martín Vizcarra, gracias a “su valentía y compromiso con la legitimidad del poder judicial”. Pero por no dejarse corromper, dice, tuvo que renunciar.

Después de decomisar azogue en varios operativos asegura que el mercurio “viene de México” y que después de circular por Bolivia, entra a Perú escondido en botellas de yogurt. La marca láctea más conocida de Bolivia es Tiwanaku y su lema es “Por un planeta saludable”. Además, para Karina Garay el mercurio lo cruzan de Desaguadero a Puno algunas mujeres andinas debajo de sus polleras tradicionales: “pobres cholitas, en general no saben que están siendo usadas como mulas”.

Puerta de entrada

Hay tres empresas de Bolivia que en 2020 importaron la mitad del mercurio: Paloan SRL, Insumer Bolivia SRL y Juan Orihuela Mamani Import-Export. Algunas importadoras peruanas figuran también en Bolivia: como Surfworld que está radicada en Lima y su gerenta es Claudia Selene Ramírez Tapia mientras que su versión boliviana con sede en Sapocachi se llama “Importaciones Ramirez Tapia”. Ambas tienen el mismo correo electrónico, que no oculta el destino del producto que compran a México: “mercuriominero@hotmail.com”.

En los registros oficiales consultados se observa que entre las 26 empresas mexicanas que exportaron mercurio a Bolivia destacan la “Unión De Mineros Del Estado De Querétaro”, “Ivfresou SA” y “Productos Mineros RT SA”, que ya enviaron al menos 56, 49 y 19 cargamentos respectivamente –según registros oficiales– desde el puerto de Manzanillo, costa oeste de México, rumbo al puerto de Arica, Chile, en tránsito hacia La Paz.

Hay varios pasos fronterizos entre Bolivia y Perú. Desaguadero, al sur, es el más transitado y comercial, pero otra de las fronteras, 900 kilómetros al norte de ahí, cerca de un corredor deforestado por industrias madereras, a la altura de un paraje llamado San Lorenzo, es simplemente una casa verde de no más de cien metros cuadrados al final de una bifurcación de la ruta 30C, la que desemboca en Brasil.

En medio de un bosque subtropical de tierra rojiza esa casa oficia como aduana y punto de seguridad limítrofe. Edwin Pari, nacido en Tacna hace 25 años, es el policía y el casero del lugar. Lo acompaña Cuto, un perro criollo sin cola. Lleva puesta una camiseta de la Juventus, unos jeans cortados a los muslos y sandalias de tela.

Unos cien metros detrás de esa casa se puede imaginar una línea de frontera entre largos y tupidos árboles, dos conos de tránsito caídos y un pequeño obelisco de un metro de alto que dice: “Bolivia”. Hay dos posibles problemas para cruzar caminando esta frontera. Uno es saber dónde se pisa: hay que evitar enlodarse las piernas. El otro, según Juan Carlos Sotomayor, un policía que ayuda a Edwin patrullando la zona en moto, es que esta es también una ruta de tráfico de personas y de sustancias ilícitas.

Oscar Campanini, experto en extractivismo del CEDIB (Centro de Documentación e Investigación de Bolivia) argumenta, según datos que recopiló entre las cooperativas mineras bolivianas, que su país solo utiliza 60 o 70 toneladas de mercurio por año: “el resto va al contrabando”.

De Bolivia sube a Perú, pero también a Brasil, donde han sido detenidos traficantes de mercurio cerca de la frontera boliviana. Rusia superó en 2021 a México como el principal proveedor de mercurio a su país. El tercero después de ambos es el Reino Unido. “Aún no tenemos datos de qué empresa hizo esa venta”. Solo en diciembre de 2021 llegaron desde Inglaterra 4.13 toneladas compradas a 203.481 dólares”. En páginas web de comercio exterior, varias empresas inglesas ofrecen exportaciones de mercurio.

El mercurio no solo se esparce hacia el norte; es, además, un elemento clave del sistema económico boliviano. Se está usando para amalgamar oro. Bolivia vendió el metal por un total 2.557 millones de dólares en 2021: es su principal producto de exportación, más que los hidrocarburos y cualquier otro.

Así como en una pequeña comunidad de Perú el activista indígena Jorge Tayón Keddero está en desacuerdo con el líder Larri Ihuizi Keontehuari por el daño que trae la minería a su pequeña comunidad, en otra escala pero con los mismos motivos, Alex Villca Limaco, vocero de la Coordinadora Nacional de Defensa de los Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas de Bolivia (CONTIOCAP), denuncia al Gobierno de base indígena que lidera Arce, y a su mentor, Evo Morales. El Parque Nacional Madidi, al igual que la Sierra Gorda de Querétaro en México y los territorios indígenas en Perú, fue declarado reserva natural protegida. Pero esas protecciones son violadas regularmente.

Villca asegura que detrás de la explotación de oro en Bolivia "hay empresas chinas y colombianas que usan a cooperativas locales" como testaferro: “Los chinos a las dragas les dicen dragones de tan grandes que son las máquinas supuestamente artesanales que usan para sacar oro”. Además, opina que la escala actual del extractivismo boliviano está devastando el país en general y el Madidi en particular. Villca propone promover el ecoturismo de base comunitaria o cualquier alternativa que pueda competir con aquella industria. Él, por lo pronto, tiene su propio proyecto, con el que, por entre 100 y 500 dólares, lleva turistas extranjeros a recorrer la selva y luego los hospeda en unas cabañas “de bajo impacto ambiental”: el emprendimiento se llama Madidi Jungle EcoLodge.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió varias veces explicaciones al presidente Luis Arce “por el aumento de la importación de mercurio, que se ha cuadruplicado en la última década”.

En 2013, durante la presidencia de Evo Morales, Bolivia firmó el Convenio de Minamata; pero nunca lo cumplió. El Relator Especial de las Naciones Unidas para Sustancias Tóxicas, Marcos Orellana, dice que ve “con gran preocupación, no una reducción del uso de mercurio, sino un aumento del contrabando en Bolivia, se ha convertido en un centro de distribución de mercurio ala cuenca amazónica que alimenta la minería ilegal”.

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Los desplazados del mercurio
Brasil-Venezuela-Guyana

En los ríos del Amazonas de Guyana, Carlos, un venezolano de 40 años, gana 5000 reales al mes (unos 1000 dólares) extrayendo oro de manera ilegal. Dice que en los últimos cuatro días de trabajo, él y cuatro mineros más juntaron 143 gramos de oro para “el patrón”. No dice quién es su jefe pero cuenta que ese hombre, sin ir a la mina, vendió esos 143 gramos en más de 11 mil dólares. Para amalgamar los granos de oro dispersos en pequeñas piedritas, y así transportar el oro, los mineros necesitan mercurio, que por su toxicidad, está prohibido en casi todo el mundo. Carlos lo consigue a 5 dólares el gramo.

Carlos nos envía desde la selva imágenes del mercurio, de las piedras de oro, del leopardo blanco que acaba de cazar, de camiones gigantes remontando la selva, de una retroexcavadora hidráulica CAT 320, de camiones alemanes marca MAN y de lanchas cargando bidones con combustible. Cuenta que cada siete meses, tiempo que le lleva juntar unos 4000 dólares, se va a pasar un mes con su familia, que lo espera en Boa Vista.

Boa Vista es la capital del Estado de Roraima, Brasil, a pocos kilómetros de la frontera con el oeste de Guyana y el sur de Venezuela. En el aeropuerto local, en la sala donde se retiran las maletas, hay un cartel que dice: “bienvenidos a la nueva frontera del agronegocio”. En la plaza central de la ciudad hay, erigida con orgullo, una estatua de madera, aluminio y cemento: el “monumento ao garimpeiro”, como se llama a los buscadores de oro en Brasil.

Para muchos la minería es la única manera de tener un salario. Es el caso de Francisco, un venezolano de 29 años, que habiendo sido minero él y su familia comparten refugio con víctimas de la minería ilegal. Francisco cuenta que hizo tanto minería de piedra como minería de aluvión en el Callao, Venezuela: “el azogue, o mercurio, es el que se encarga de recoger el oro”. Francisco por momentos suena obsesionado por el oro pero cuenta por qué llegó a Boa Vista: “Algunas amistades mías murieron en la mina, por eso decidí apartarme de esa vida”.

Bajo el nombre de “Operación Acolhida” hay una fuerte ayuda humanitaria coordinada por el ejército de Brasil y ACNUR-ONU entre otras organizaciones, para dar refugio a decenas de miles de migrantes y refugiados venezolanos que han llegado a Brasil en los últimos años. Thaís Menezes, oficial de Relaciones Institucionales de ACNUR-ONU, informa que cuentan con espacios para albergar poblaciones indígenas y otros para poblaciones mixtas no indígenas: “tenemos capacidad para acoger a 10 mil personas”. Francisco, por ejemplo, vive junto a su esposa y sus dos hijos en una “unidad habitacional” con estructura de acero, de 17 metros cuadrados, con cuatro ventanas y paredes de plástico.

Amenazas a los indígenas

Entre Brasil y Venezuela está el territorio yanomami, que tiene unas 10 millones de hectáreas, el tamaño de Portugal: casi 30 mil personas distribuidas en más de 370 aldeas. Cuentan con la mayor área demarcada de Brasil, lo que debería protegerlos de la minería, pero la presidencia de Bolsonaro la promueve: él mismo visitó una mina ilegal.

Dario Vitorio Kopenawa Yanomami, 40 años, líder yanomami, cuenta el significado de dos palabras: napë, que en yanomami significa tanto “blanco” como “hostil” y xawara upë, “líquido de las epidemias”, como llaman al mercurio. “En la selva no solo no tenemos palabras, tampoco tenemos remedios para las enfermedades fabricadas en la ciudad”, dice Darío.

Dario muestra los datos que tiene: hay al menos 237 comunidades afectadas por el garimpo ilegal, 16.000 yanomamis, más de la mitad de la población total. En el último año la explotación ilegal del oro creció un 46%. Los más amenazados son los indígenas en aislamiento voluntario o “no contactados”. En cambio, para quienes la minería ya los alcanzó, las consecuencias fueron diversas: abusos sexuales, deforestación, malaria, asesinatos. Un estudio realizado en todos los ríos de Roraima, descubrió que es improbable comer pescado sin mercurio en todo ese Estado. La situación es peor aún en territorios indígenas: en algunas aldeas yanomami nueve de cada diez personas estudiadas mostraron estar contaminadas por ese metal.

Richard, agente sanitario de 49 años , que trabaja como traductor de lengua yanomami al portugués en misiones de salud del Estado brasileño, se quiebra al contar la situación: “estoy cansado de ir al funeral de gente cercana, gente joven”.

Mercurio venezolano

Milly, 27 años, pertenece al pueblo indígena pemón, llegó a buscar asilo en Boa Vista. Su comunidad, en la Gran Sabana, extremo sur de Venezuela, fue expulsada de su territorio con tanques de guerra por el ejército venezolano en lo que se llamó la “masacre de kumarakapay”. “He visto enfermar y morir niños y abuelos en la comunidad pemón de Campo Alegre por tomar agua con mercurio, pero los indígenas somos quienes tienen que defender la tierra de esas cosas, con orgullo hay que seguir”, dice Milly quien recuerda a su vez que sus abuelos hacían minería artesanal pero en pequeña escala, “era para canjear oro por alimentos”.

Hay muchos pueblos mineros en Bolívar, al sur de Venezuela. En uno de ellos, Laura, una vecina de La Claritas, reconoce haber traficado mercurio en su pueblo: “amigos que están en la guardia nacional de Venezuela nos lo trajeron para vender”. En junio pasado militares venezolanos fueron detenidos con 30 kg de mercurio en la ciudad brasileña de Pacaraima.

Laura también refiere haber cruzado hasta Boa Vista para abastecerse ilegalmente y afirma que es una actividad peligrosa: “la misma persona que te vendió o te compró, te puede mandar a robar”. Laura suele comprar el kilogramo de mercurio a 3 gramas de oro y lo revende a 5. Una grama de oro equivale a 40 dólares y es un medio de pago muy utilizado en el sur de Venezuela.

El origen de los insumos

El mercurio que circula por Venezuela, Guyana y Brasil, según un informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), viene principalmente de China e ingresa por Guyana y Suriname, desde donde se dispersa a los países vecinos . El mercurio también pasa desde Bolivia a Brasil, de manera ilegal, aunque luego se pueda encargar por plataformas online como Mercado Libre.

China es el mayor productor y consumidor de mercurio del mundo y se comprometió a prohibir la extracción primaria de este metal para 2032. Para Marcos Orellana, el relator especial de la ONU sobre las sustancias tóxicas y los derechos humanos, afirma que “gran parte del mercurio que China produce lo consume, pero hay un remanente que lo exporta ¿Qué nivel es exportado ilegalmente y alimenta el Orinoco, Guayana y Brasil? No se sabe”.

Importar mercurio desde China es sencillo. En la web Made-in-china se encuentra un listado de empresas que proveen mercurio al 99.9% en tarifas low cost. Por ejemplo, Linbing International Trading tiene fábrica en la provincia de Hebei y ofrece una muestra gratis de mercurio en botecitos de cristal por un pedido mínimo de 25 kilos, por entre 50 dólares el kilo. El distrito exportador chino más frecuente con destino Guyana es la provincia de Hunan, una de las tres que todavía extraen mercurio en el gigante asiático. Sin embargo, para la UICN, la mayor parte de las importaciones de este metal se darían por medio del contrabando, aprovechando la enorme presencia china en Guyana, algo muy evidente en Lethem, la ciudad de frontera con Brasil, a hora y media de Boa Vista.

China busca aprovechar a Guyana como puente hacia el resto de Sudamérica, por eso acordaron que sea parte de la nueva ruta de la seda. Cuando firmaron el acuerdo, en 2018, el entonces vicepresidente y ministro de relaciones exteriores de Guyana, Carl Greenidge, dijo que esperaba poder financiar así una autopista que conecte Linden, cerca de la capital Georgetown, con Lethem, atravesando por la mitad el país y la selva.


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La fiebre del mercurio
México

Una cascada de piedras grises rompe la armonía del paisaje idílico de la Sierra Gorda. Mientras el sol se derrama por encima de las nubes y se esparce con beatitud sobre una virgen de Guadalupe pintada en el cerro, las chimeneas de los hornos artesanales de mercurio exhalan un aroma sulfuroso, picante.

Rodeada de un camino sinuoso, la mina Camargo se desgaja en cuatro laderas donde se extrae, procesa y hornea mercurio de forma artesanal. De la penumbra de la bocamina tres trabajadores empujan un carrito con costales de maíz repletos de piedras negras. Salen de la mina con una máscara de polvo negro, agotados después de estar percutiendo rocas con un martillo puntiagudo.

Santiago, el minero que le da dirección al carrito, lleva siete años explorando el interior de la Sierra Gorda. A pesar de que desconoce que el mercurio es un mineral socorrido por la industria aurífera para amalgamar el oro –que actualmente ronda los 50 mil pesos por onza (2 mil dólares estadunidenses), de lunes a viernes, entre las 7:00 y las 15:00 horas se adentra 300 metros con pico y pala para recolectar la “tierrita”, como le llama al mineral. “Es difícil andar sacando el material”, confiesa con la frente sudorosa y la lámpara de su casco aún encendida.

Los mineros reconocen las piedras, siguen las vetas como los ciegos tientan en la oscuridad, son geólogos expertos en identificar el metal, picando con una mano y recogiendo las piedras con la otra. “La falla marca dónde está el mineral, pero está muy escaso porque ya están bien trabajadas”, explica Santiago.

–¿Cuánto sacan en una jornada?

–Bien poquito, uno saca medio kilo, por mucho un kilo de mercurio ya líquido en una quincena. En sí no hay mucho metal, solo recogemos la tierra que dejaron los de antes.

Después de que las piedras salen de la mina, las cargan en una camioneta rumbo a la zona de hornos, que está delimitada por una trituradora de minerales de la marca hongkonesa The Nile Co. Ltd., arrumbada encima de un montículo de piedras incineradas. En la cajuela, las piedras chocan como si estuvieran en una partida de billar muy agitada.

Los alquimistas

En la Sierra Gorda, el cinabrio –mineral de donde se extrae el mercurio– ha tenido una producción considerable desde hace más de 500 años. Del cinabrio se obtiene un pigmento rojo vivo parecido al color de la sangre, el bermellón. Según el historiador Adolphus Langenscheidt, en la época prehispánica se pensaba que el minero trabajaba en el inframundo, en contacto con la sangre de la Tierra, con el único metal líquido, considerado en épocas remotas como un agua cargada de cualidades mágicas.

Los hornos son una hilera de fogones de ladrillo debajo de tapancos improvisados, a desnivel de la bocamina de donde se extrae el mineral. Por la renta del horno y la leña para fundir el mercurio los mineros pagan alrededor de 800 pesos (39 dólares). “Aquí se funde, pasa de piedra a humo y luego a líquido”, aclara Ernesto como si fuera un alquimista.

Ernesto comenzó a trabajar en la mina a partir de la pandemia, en marzo de 2020. Dice que no hay otra fuente de empleo más redituable en la región. “Regularmente trabajo como electricista en Querétaro, pero somos originarios de aquí. En la mina estamos en casa, no andamos fuera”, dice con el orgullo galvanizado.
–¿Y para quién trabajan en esta mina?
–Cada quien trabaja por su cuenta.

Mientras un anciano embarra de adobe los cilindros de fundición, sellando las fisuras de aire, Ernesto desmigaja con un martillo las rocas para someter esos vapores condensados del cretácico a temperaturas de mil 200 grados centígrados, logrando separar el azufre del mercurio. Después de cinco horas las piedras son lava ardiente, hasta que el mercurio se condensa para ser recolectado en botellas de refresco.

Los mineros no saben del todo para qué se utiliza el mercurio que extraen. “Se lo vendemos a los intermediarios y ellos lo comercializan”, cuenta Pedro, quien entró a trabajar a la mina hace 10 años, cuando terminó la preparatoria. “La mina es el sustento de todo Camargo, no hay otra fuente de trabajo. Es esto o dedicarse a la albañilería en Querétaro, ganar 2 mil y gastar 300 pesos en pasajes”, dice con un dejo de indignación.
–¿Han percibido daños en su salud?
–No mucho. Tenemos los hornos especiales y no hay bronca. En algunos cerros escurren las gotitas, esa vez nos pusimos bien temblorosos, alterados de los nervios. Creo que es más peligroso lo que uno pueda encontrar en la mina, que al fundirlo. Y por 500 pesos (24 dólares) no vale la pena contaminarse.

El kilogramo de mercurio líquido se compra a los mineros entre 500 y 700 pesos (35 dólares). Su forma más común de comercialización es dentro de botellas de Coca-Cola de 500 mililitros. Los mineros tardan hasta 15 días en recolectar 700 kilos de mercurio.
La mayoría de los hornos se ubican al fondo de la mina, donde se ha detectado una concentración de mercurio en el aire de hasta 129.7 microgramos por metro cúbico –12 veces más de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud–, según un estudio realizado por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) en agosto de 2020.

“Las consecuencias ambientales de la explotación de este metal son la contaminación de cuerpos de agua, el suelo de la región cercana a las minas y una constante emisión de mercurio al aire”, expone el documento que busca atender el manejo y monitoreo del mercurio en los términos que señala el Convenio de Minamata, que entró en vigor en agosto de 2017.
En las arqueadas curvas de la Sierra Gorda se consigue mercurio como se encuentra pulque en las carreteras del Estado de México o flores en Morelos. Se ofrece un kilo a mil 680 pesos (85 dólares) junto a curiosas piedras de cuarzo y antimonio que los habitantes de las comunidades recolectan del centro de la tierra para subsistir.

Según estimaciones de la Secretaría de Economía (SE), entre 700 y mil mineros extraen mercurio en la región de la Sierra Gorda. En 2016, un año antes de que entrara en vigor el Convenio de Minamata, se alcanzó una producción de 804 toneladas de mercurio, provenientes de los municipios de Pinal de Amoles, Peñamiller, San Joaquín y Cadereyta de Montes, de donde también se extrae oro, plata, antimonio, cal, cantera blanca, mármol, grava para tabique y piedras semipreciosas.

México se comprometió a ofrecer alternativas a la minería de mercurio, pero las propuestas aún no se vuelven realidad, a pesar de los diversos estudios que científicos del país han realizado en la región documentando los altos niveles de contaminación. Al no existir un plan de manejo de los residuos mineros se forman “jales”, dispersando los contaminantes en una zona de hasta 100 kilómetros cuadrados.

El 25 de junio de 2021 el gobierno federal presentó el “Proyecto de transformación de la minería de mercurio en la Sierra Gorda de Querétaro”, donde diagnostica la situación: “Se estima que la mayor parte de este metal se comenzó a comercializar de manera informal y México se ha convertido en uno de los principales exportadores de mercurio, el cual es enviado a países como Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador para la producción artesanal de oro y plata”.
Fernando Díaz-Barriga, investigador de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), explica la transición de la minería a partir de la adhesión de México al Convenio de Minamata:
“Mientras fue legal, México lo vendió a Sudamérica. Cuando Colombia hizo ilegal la compra de mercurio, México lo vendió a través de Perú o Bolivia, mercados legales para meter el mercurio a Sudamérica, donde hay una gran demanda por la extracción de oro vía artesanal. Es curioso que usen mercurio extraído artesanalmente para la producción de oro artesanal en los ríos de todo el Amazonas”.

–¿Se puede detener la minería artesanal de mercurio en el país?
–China produce el 90% del mercurio en el mundo. No competimos, el día que México no venda mercurio no habrá ningún problema. Los chinos van a seguir vendiendo mercurio.
–¿Cuáles son las alternativas para estas comunidades?
–Los mineros tienen que responder a qué quieren dedicarse. Si no es la mina, se van a los invernaderos a aplicar plaguicidas o a la construcción a pegar tabiques. Son alternativas de trabajos precarios, igual que la minería.

La “Evaluación de riesgos para la salud en una región minera artesanal de mercurio en México”, publicada por la revista Environmental Monitoring and Assessment en julio de 2021, muestra que las concentraciones de mercurio en el aire, agua y suelo exceden los valores de referencia, asi como en la biota (plantas, roedores y gusanos) y en las personas (niños, mujeres y mineros).

La Agencia para Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades (ATSDR) indica que a niveles mayores o iguales a 10 microgramos por metro cúbico, la población debe ser evacuada. Una de las mediciones realizadas frente a un horno en la mina La Soledad captó niveles de mercurio en el aire con un valor de 275 microgramos por metro cúbico, 26 veces mayor a la recomendación sanitaria.
“En este sentido, el Convenio de Minamata para el control del mercurio debería incluir programas de biomonitoreo, no solo para humanos sino también para receptores ecológicos críticos en ecosistemas contaminados”, sugiere el estudio en el cual también participa Díaz-Barriga.

Líder mundial del mercurio

México produce tres veces más mercurio (63 toneladas) que el reino de Noruega (20); y aunque produce 57 veces menos que China (3 mil 600), el principal productor de mercurio en el mundo, que deberá detener la extracción de este metal para el 2032, de acuerdo al Convenio de Minamata, hasta 2021 exportó más que nadie hacia América del Sur.
México ha vendido mercurio regularmente a los tres países que integran la Alianza del Pacífico –Colombia, Chile y Perú–, todos ellos suscritos al mismo convenio, con el objetivo de controlar la presencia del mercurio en la biósfera.

Desde que Perú dejó de importar mercurio en 2015, Bolivia se convirtió en el segundo mayor importador de mercurio del mundo y “no se ha sacado ninguna normativa para controlar las importaciones de mercurio. Bolivia firmó Minamata pero no reglamentó su cumplimiento; es legal esta importación, aunque hay cada vez más presión”, dice Oscar Campanini, del Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB), que investigó para el informe Abriendo la caja negra: revelando el comercio mundial de mercurio, con el apoyo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés).
Campanini confirma que hasta 2020 la mayoría de las importaciones procedieron de México (93%) y que hasta el presente siguen ingresando a Bolivia principalmente por vía terrestre (98%), luego de llegar por barco a Arica, Chile.
Según la Ley de Impuestos Generales de Importación y Exportación, el mercurio requiere un permiso de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) y una autorización de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para salir del país y embarcarse hasta el Amazonas.

En los registros aduanales de Bolivia se contabilizan 26 empresas mexicanas que exportaron mercurio a ese país. La Unión De Mineros del estado de Querétaro, encabezada por Juan José Zamorano Dávila, ha enviado al menos 56 cargamentos de mercurio líquido. Él también es administrador de Vesia Internacional, S.A. de C.V., sociedad constituida con su pareja Sandra Ceballos Parra, en marzo de 2019, dedicada a “la importación y exportación de rocas y minerales, sean metálicos y no metálicos, en cumplimiento a las normas aplicables para tal efecto”.

Productos Mineros RT S.A. de C.V., propiedad de René Reyes Santillán y Marisela Terán Alcántara, registra 19 cargamentos enviados desde el puerto de Manzanillo, costa oeste de México, rumbo al puerto de Arica, Chile, en tránsito hacia La Paz, Bolivia. Productos Mineros RT S.A. de C.V. se constituyó en Ecatepec, Estado de México, en noviembre de 2013, con un objeto social destinado a la “compra, venta, distribución, importación, exportación, comisión, consignación y comercialización de materiales, artículos, equipo, refacciones, accesorios, productos y todo lo relacionado con la minería”.

Los hijos de René, Armando y Miguel Ángel Reyes Terán se dedican a comercializar y vender mercurio liquido en México y Colombia –vía Comercializadora Internacional Euromanantial S.A.S.– a través de la página www.mercurioqro.com y plataformas de venta en línea, como Mercado Libre, donde un kilo lo venden en 4 mil pesos mexicanos (199 dólares). También se encuentran empresas como Solvitec México S.A. de C.V., constituida en 2011 y propiedad de Enrique Polo Madero, cuyo objeto social es “la compra, venta, distribución y exportación de depósitos o yacimientos que contengan metales o minerales de todas clases para su explotación”.

En Zacatecas, Aldrett Hermanos S.A. de C.V., fundada en octubre de 2003, es una empresa familiar cuyo consejo de administración es presidido por Jorge Luis Aldrett Lee y se dedica a la “compra y venta de metales y minerales y toda clase de maquinaria propia para la minería”, también a la “compraventa, urbanización, fraccionamiento de toda clase de terrenos no rústicos, así como la construcción de casas y la venta de las mismas”.

Según el Directorio de la Minería 2022, en México existen seis empresas productoras de minerales metálicos dedicadas a la extracción del mercurio. Entre ellas, Barite Pacific Corporation, S.A. de C.V. –con operaciones en Colima capital y Zimapán, Hidalgo–, de Erick Marte Rivera Villanueva, diputado federal del PAN, también propietario de las minas El Tabaquito y La Minita, ambas en Coalcomán de Vázquez Pallares, Michoacán, según registros de la Secretaría de Economía.
También se encuentran las mineras Proyectos de Metales y Minerales Sony, S.A. de C.V. (SLP); Jales de Zacatecas, S.A. de C.V.; Mercurio del Bordo, S.A. de C.V. (Zac) y Minera Orca, S.A. de C.V. (Zac).

La mayoría de las exportaciones de mercurio a Sudamérica salen del puerto de Manzanillo, Colima. El domingo 12 de junio se reportó el robo de 20 contenedores con metales preciosos, entre ellos oro y plata, en este mismo puerto.

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El misterioso caso del mercurio de Asia Central
Tayikistán

Desde la moderna estación de Tashkent -capital de Uzbekistán- rumbo a Khujand en Tayikistán, ex repúblicas soviéticas de Asia Central son cinco horas de ondulaciones con poca vegetación entre dos estaciones milenarias de la Ruta de la Seda. El viaje es entre valles, por acá mismo trasegaron miles de camellos en caravana con mercaderes sentados entre dos jorobas. En teoría, la ruta funcionó por 1500 años, desde antes de Cristo a 1453. Pero el tráfico jamás se detuvo: ahora son camiones los que llevan mercancías. La Ruta de la Seda en el siglo XXI.

La Ruta de la Seda vive. Es actual y moderna: en el bazar el vendedor sale menos de su tienda al acoso del comprador, porque está sumergido en internet. Esos bazares mantienen la estructura techada con cubículos donde rige el regateo. Y por sobre todo, se sigue traficando: los productos -incluyendo seda- van de una ciudad a otra, de un país a otro. Esta es la ruta auténtica, la de hoy, la de la seda con celular. Y con productos industriales y camiones, esos que veo pasar en caravana por la carretera. El intercambio milenario amplió horizontes y se sofisticó: las mercaderías viajan en barco y avión, más lejos. Entre ellas está el mercurio, la razón de este viaje.

El bus llega a Kujhand a las 12 de la noche, no a la estación sino al depósito de los vehículos, muy en las afueras en medio de la nada. Un señor calvo, maleta en mano, mira: le dice algo a su acompañante sobre el “americansky”, invitan a subir a un coche y proponer un aventón hacia un hotel.

Kujhand es una mera parada técnica. Es una ciudad más, cruzada por un río, no muy distinta a tantas en Asia Central, no tan disímil a las de mi mundo. La principal diferencia es que -como otras de la Ruta de la Seda- gran parte de sus calles son angostas y curvas, un laberinto sin la cuadrícula occidental. Sus casas nuevas se levantaron sobre la planta medieval con cimientos milenarios. Y están las rectas avenidas, claro. Pero al visitar el museo del Fuerte de Kujhand cambia la perspectiva: hace 2600 años fue conquistada por el persa Ciro el Grande, luego por Alejandro Magno, por los árabes del siglo VIII que la islamizaron a cuchillo, por Genghis Khan que la destruyó en el 1220, por Tamerlán en siglo XIV, por zaristas del siglo XIX y bolcheviques del siglo XX que la reconstruyeron y secularizaron (se llamó Leninabad).

Al día siguiente el viaje sigue rumbo a Dushambé, capital de Tayikistán. No hay buses: la angosta, ondulada y escarpada ruta se considera peligrosa. Hay taxis compartidos que se aglomeran en cuatro esquinas. Diez choferes se abalanzan vociferando “Dushambé”.
Ya a bordo de uno, nadie habla una palabra de inglés (no tendrían por qué). El traductor de Google permite preguntar si en la región minera de Anzob -la estamos por atravesar- se produce mercurio: tres dicen “no” y el chofer “sí” (“da”, en ruso).

Sin autorización para preguntar

De una universidad de Kazajstán pasan el contacto de Anvar Kodirov, director del Centro para el Desarrollo Tecnológico de la Academia Nacional de Ciencias. Le escribo para saber de fuente oficial, dónde en Tayikistán se produce mercurio y cuánto. Promete ayuda y al día siguiente explica por WhatsApp que “el Jefe de gabinete del Ministerio de Medios Masivos te manda a decir que el país produjo polvo de mercurio en tiempos de la URSS pero ya no más”. Dice que no puede reunirse con nadie sin un permiso especial que debe tramitarse en el Ministerio de Asuntos Exteriores: “sin ese papel no podrás ir a ninguna organización estatal ni privada”.

Recordemos: en 2020 Bolivia importó algo más de un millón de dólares en mercurio desde aquí: el valor parecerá pequeño, pero la cantidad de mineral es mucha y el daño ecológico de cada gotita es enorme. Según el Observatorio de la Complejidad Económica (OEC), Tayikistán fue en 2020 el primer exportador mundial de mercurio (6,05 millones de dólares, por delante de Emiratos Árabes Unidos, Rusia y México). En la Exposición Universal de Dubái 2020, el stand de este país promocionó el mercurio para potenciales socios comerciales. Y la embajada tayika en Alemania publicó que “las reservas más significativas de estos minerales se concentran en los yacimientos de Dzhizhikrut y Konchochskiy. Sobre la base de esas reservas del yacimiento de mercurio-antimonio… se está trabajando en la planta minera de Anzob”.

Rey sin corona

Aquí no hay reyes -aunque en los hechos gobierna un rey sin corona desde 1992 que está preparando la sucesión a su hijo- pero gustan las coronas y el oro: un edificio blanco y vidriado con arco islámico y arabescos tiene una torre cilíndrica con una corona dorada en lo alto. Y algunas chicas van por la calle con una corona de cristales. También es moda en ellas tatuarse las cejas: se las depilan y luego tatúan que para que parezca que tienen. No usan esmalte de uñas por el islam: todes deben lavarse bien -purificarse- antes de comer y rezar. Es decir, se pasan casi todo el día enjuagándose manos y pies. Y para que de verdad purifique, el agua debe tocar todo el cuerpo, algo que el esmalte no permitiría. Por eso el henna: tiñe la piel pero no la aísla.

Acá en los “estanes” –Uzbek, Kazak y Tayik- el islam es más light, gracias a la Revolución Rusa. Por eso Arabia Saudita destina millones de dólares a construir mezquitas hasta en el pueblo más remoto: se las reconoce por una plaquita del “Gobierno de Arabia Saudita”. Además invitan a los imanes tayikos con todo pago a La Meca y los internan en escuelas coránicas, de donde salen aún más conservadores. Al independizarse de Rusia, comenzó un revival islámico en la región que potenció los problemas de género contra las mujeres.

Umed Babakhanov acepta tener una cita, es editor del periódico Asia Plus. La redacción está justo detrás de una Torre Eiffel de 20 metros de alto con un restaurante en la cima. Umed es amable pero parco, midiendo cada palabra antes de soltarla. Es evidente: se cuida. Tiene miedo.

– Es verdad que “Tayikistán posee la tabla periódica completa de Mendeléyev”.

– Es un slogan para inversionistas, pero quizá sea cierto, casi toda la inversión extranjera es china.
Umed desconoce que su país produzca mercurio. Confiesa que hay ciertos temas sensibles sobre los que no puede publicar. En su escritorio tiene el diario de ayer, en la tapa un grupo de soldados de pie sin hacer nada en particular. La noticia es que el gobierno ha lanzado un plan de reclutamiento: “uno de los grandes problemas es que no consiguen soldados; a algunos los sacan a la fuerza de las universidades o los levantan por la calle y los incorporan”.

La libertad está fuera

Para hablar sin limitaciones, hay que contactar con algún exiliado. Humayra Bakhtiyar es periodista y tayika, vive en Hamburgo y tenemos un encuentro digital: por primera vez alguien que no baja la voz al nombrar al presidente Rahmón. En 2008 ella comenzó a publicar en el diario Ozodagon temas de corrupción y despotismo gubernamental. Y empezaron las amenazas.

–En octubre de 2015 ya no andaba más sola por la calle. El gobierno estaba tratando de que dejara de publicar, presionando a mis editores. Yo era seguida a toda hora por gente de la seguridad del estado: uno aprende a reconocerlos. Cierto día, estaba en mi oficina del diario Asia Plus y agentes secretos de civil entraron a controlar quienes estábamos adentro. Mi editor se dio cuenta del peligro y dijo que me quedara allí; él me llevaría a mi casa. Bajé a ver si se habían ido pero estaban esperándome. Entré corriendo. Por la ventana vimos que eran muchos y se comunicaban por handy. Hice llamados y vinieron periodistas amigos a protegerme. Los empleados de seguridad me dijeron que las cámaras no funcionaban. Salimos a la calle en dos autos con los amigos y nos siguieron tres autos sin placa. Estuvimos dos horas dando vueltas y fuimos a la policía a hacer la denuncia. Pero no la quisieron tomar. Querían que yo fuese sola a hacerla. Colegas míos con contactos averiguaron que esa noche hubo un grupo de nueve hombres con orden de secuestrarme para hacerme lo que quisieran: torturarme, violarme o matarme. Estuve escondida dos semanas. Para colmo, no puedo confiar en todos mis colegas; algunos espían para el gobierno. Mi editor recibió un ultimátum: o me despedía o cerraban el diario. Y puso al diario antes que yo, desafortunadamente. No tuve más alternativa que exiliarme: sin un trabajo legal en un medio privado era muy peligroso. Como freelance estaba muy desprotegida. En Alemania comencé a publicar en Deutsche Welle y Periodistas sin fronteras sobre el gobierno de mi país, que intentó extraditarme.

–¿Tayikistán produce mercurio? Quisieramos entrevistar a algún funcionario, pero han dicho que hay que enviar una carta pidiendo permiso al Ministerio de Asuntos Exteriores.

–Si ya se entró como turista, les diría que ni intenten enviar esa carta porque podrían creer que están haciendo espionaje y es muy peligroso. Y aunque diesen una acreditación, no conseguirían nada de información.

-El año pasado Tayikistán fue el mayor exportador mundial de mercurio. ¿Por qué lo ocultan? Nosotros vimos el registro de que Bolivia lo importa legalmente desde tu país. Por eso es extraño que el gobierno no diga nada.

-Me sorprende el dato de tal magnitud; no lo sabía. Sí sabía que producimos mercurio en Anzob. Talco es la gran empresa estatal minera. Pero no es uno de mis temas. Recuerdo que en 2010 hubo dos tayikos presos en Afganistán por tráfico ilegal de mercurio. Quizá niegan la producción por razones de imagen, al ser el mercurio muy contaminante.

Vía rusa

Contactamos a la empresa Talco por e-mail y llegó una respuesta firmada solo por un nombre de pila, Zafira. En inglés dijo: “Estimado señor, somos productores de aluminio, no trabajamos mercurio”. Repreguntamos si sabe quién lo vende y respondieron: “No tenemos idea”.

Nuevamente: en 2020 Tajikistan fue el principal exportador de mercurio del mundo y en 2021 Rusia fue el principal exportador de ese metal hacia Bolivia. Sin embargo, para Marcos Orellana, el Relator Especial de Naciones Unidas sobre sustancias peligrosas y desechos tóxicos, el mercurio que Rusia vende no se produce allí sino que podría provenir de Asia Central. Le preguntamos por Zoom a Orellana si Tajikistan es una de esas fuentes.

– Es muy posible que el mercurio que está siendo exportado por Rusia venga de Tayikistán y tal vez otros. Recordemos que ni Tayikistán ni Rusia son parte del Convenio de Minamata y por lo tanto no están sujetos a los controles que ese Convenio prevé para el mercurio.

Cae una lluvia fría de otoño en pleno centro de Dushanbe. Hay una barrendera por cuadra, en las calles principales y aledañas, con escoba de paja, usuales en esta parte del mundo. Garúa grueso desde hacer largo rato. Pero ellas siguen muy activas: son las 12 de la noche en punto. Sin ese trabajo, la pasarían peor. Miles de tajikos emigran a Rusia a barrer asfalto, durmiendo a veces en cuartos de 20 personas. El gobierno, a falta de opciones, apuesta a la minería para -algún día- despegar. El mercurio, en comparación a otros elementos de la tabla periódica, es marginal en esta economía. Pero de todas maneras, los funcionarios eligen no hablar. Algo ha quedado claro: Tayikistán “no produce” mercurio, tampoco lo importa, pero lo piensa seguir exportando.

5
Minería sin mercurio
Colombia

La minería que practica la familia Hurtado Rodríguez en este pequeño poblado ubicado al suroccidente del país, en el departamento del Valle del Cauca, no necesita mercurio.
Yonan Hurtado, de 39 años, explica que alguna vez escuchó que, selva adentro, los grandes extractores que emplean retroexcavadoras y enormes dragas para sacar el oro, son los que usan mercurio. “¿Cómo es el mercurio?”, pregunta. Ante la descripción de aquel pesado metal, plateado, brillante y viscoso, el hombre concluye: “la verdad, me lo imaginaba de otra manera”.

Al escuchar la conversación, Mélida Hurtado, 38 años, un cuerpo tonificado como de atleta olímpica, trae entre sus manos una corteza parecida a la del coco cuando es pelado, se refiere a ella como “cáscara”, llena su batea de agua y se frota las manos con la corteza. Al cabo de un par de minutos empieza a forjarse un líquido espeso, pesado, parecido a la clara de un huevo: “Con esto cortamos el oro, mejor dicho, lo separamos de la jagua hasta dejarlo bien finito. Usamos otras plantas como la escobilla o la babosa, pero como hay tantas en el monte, se varía de acuerdo con la que se encuentra”.

Esta familia es una excepción en Colombia. En centenares de niños y niñas que viven en pueblos de la Amazonía colombiana junto a los ríos Caquetá, Cotuhe y Apaporis, se detectó mercurio en el pelo en niveles que duplican los que las agencias sanitarias globales consideran “altos” y “preocupantes”. Algo parecido sucede en todo el país: Colombia es uno de los países con la mayor emisión per cápita de mercurio en el mundo.

El mercurio es un metal que enferma sobre todo el sistema nervioso. Se usa para amalgamar oro y en diferentes departamentos del país -sobre todo en Antioquia, Bolívar, Caquetá, Chocó y Putumayo- hay explotación de oro de aluvión en más de cien mil hectáreas, algo así como tres veces la ciudad de Medellín. Justamente es en esa ciudad en donde más fácil se consigue mercurio, porque está a mitad de camino entre los departamentos con más minería informal. Se vende en Mercado Libre, por ejemplo, camuflado como “producto esotérico para rituales”. La oferta consiste en un diminuto frasco de perfumería con dos gotas adentro, vale 5.900 pesos (1.5 euros) y, según la creencia popular, sirve para atraer la abundancia y la buena suerte. Una vez que se realiza la compra y, ante la pregunta de si vende cantidades superiores, el vendedor dice que dispone de la cantidad que el cliente requiera. El kilo cuesta millón de pesos (250 euros) y está a disposición del interesado en cuatro o cinco días.

Colombia importa cada año legalmente unas pocas toneladas de mercurio desde México por unos 200 mil dólares cuyos fines industriales están declarados y, en principio, no están destinados a la minería. Sucede que el mercurio entra al país sobre todo escondido en botellas de Inka Cola desde Perú (con un azogue probablemente hecho en México), o desde Brasil a través de la ruta de otras actividades ilegales como el tráfico de drogas y la trata de personas. El oro “podría ser 20 veces más rentable que la cocaína”, dijo el exministro de Minas y Energía, Germán Arce. Colombia firmó en 2018 el Convenio de Minamata y en 2021 el presidente Iván Duque prohibió la producción y comercialización de productos con mercurio añadido. No obstante, se usa tanto o incluso más mercurio que antes en la minería de oro.

El oro no alcanza

Victoria Hurtado, de 41 años, es la hermana mayor de Yonan. Es una mujer afro, corpulenta, de voz enérgica y manos magnas. Los Hurtado Rodríguez son una familia de mineros ancestrales, desplazada por la violencia en 2007 desde El Patía, un pueblo ubicado en el corazón del departamento de Nariño, 260 kilómetros al sur del lugar donde actualmente vive desde 2014 con sus 6 hijos, su madre, 11 de sus hermanos y la numerosa descendencia de cada uno: en total son 54 personas.

Victoria va todos los miércoles al municipio de Dagua, treinta minutos en un Jeep que la transporta por 5 mil pesos (1,25 euros), montaña arriba, a la Casa de la Mujer Empoderada a adelantar sus estudios en gastronomía. Cada día prepara decenas de almuerzos cuyos menús varían de acuerdo con lo que consigue: pollo, pescado, hígados de res, arroz, plátanos fritos y ensaladas. Los almuerzos son transportados en recipientes de icopor por alguno de sus sobrinos, en una moto y, con envío, los vende por 8 mil pesos (2 euros) a los mineros que, como ella y su familia, trabajan internados en la selva adyacente. Vender almuerzos le significa a Victoria una entrada extra y fija, ya que el oro que rebusca cada día no le da sino para mantenerse en pie: con mucha suerte alcanza a juntar una o dos décimas (0.10-0.20 gramos), que podría vender alrededor de los 24 mil pesos (6 euros).

En el mercado solo le compran de un gramo para arriba: “es mejor juntar varios gramos, pero en eso se me pueden ir semanas o meses y el cuerpo no aguanta”. Cuando se le pregunta por sus ilusiones, dice que sueña con que sus hijos sean profesionales y no arriesguen más su integridad con el ejercicio de la minería. Tiene muchas expectativas puestas en su hija mayor: “está loca por entrar a la policía”.
El oro y la coca

Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), siete de cada diez kilogramos del oro que Colombia produce es ilegal. Además, la mitad se extrae de áreas protegidas y en la tercera parte de los lugares en donde se saca oro también se cultiva coca. La embajada de Estados Unidos denunció que las zonas donde más oro se produce son las mismas que controlan el Clan del Golfo y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), organizaciones con vínculos comerciales con el Cártel de Sinaloa en México. Como sucede con el tráfico de cocaína, el principal destino del oro –que se exporta legalmente por 1 billón de dólares cada año– es justamente Estados Unidos. Seguido por Italia -650 millones- y Emiratos Árabes Unidos -166 millones-.

Las viviendas de la familia Hurtado Rodríguez, al estar emplazadas sobre el corredor vial más importante del occidente del país, están expuestas a las BACRIM (Bandas Criminales), que convirtieron a esta región que desemboca en el distrito portuario de Buenaventura, en una de las más peligrosas del país. Tan solo en 2021, según INDEPAZ, en el departamento del Valle del Cauca, se registraron 9 masacres que sumaron 48 víctimas. Además, Buenaventura, para el mismo año, registró el número más alto de muertes violentas en Colombia: 186. Este fenómeno de violencia también está ligado a los conflictos entre clanes de narcotraficantes y a la falta de asistencia estatal tanto para la protección, como para el acceso a servicios públicos o sociales.

Lo informal y lo ilegal

El eco de las aguas del río Dagua intenta equilibrar la tranquilidad de la casa a propósito del perpetuo ruido de la carretera. Victoria camina 500 metros hasta un camino que fue abierto con sus propias manos, entre palmas y vegetación inidentificable. En la entrada, otro hermano de Victoria hace las veces de seguridad. Saluda amablemente y da la bienvenida a “la oficina”, una pequeña depresión de tierra, a metros del hirviente cemento de la carretera y a orillas del Dagua. Victoria muestra, orgullosa, la mina que su familia lleva construyendo varias semanas.

“Cubo”, le llama. Es un hueco en la tierra, como un pozo, pero sellado por largos trozos de maderas que cumplen la función de contener las paredes que se van formando en la medida en la que se va dragando. La idea consiste en hacer una excavación de alrededor de quince metros. Yonan y Victoria confían plenamente en que en esas profundidades será posible encontrar la tierra que esconde el oro.

Ahora bien, lo que pueda llegar a ser recolectado no alcanzaría para pagar ni el sudor derramado ni el tiempo empleado en la construcción del cubo: 100 gramos son una utopía y esperan, por lo menos, llegar a la mitad. 50 gramos de oro equivalen a poco más de 7 millones de pesos (1800 euros), una cifra que alcanzaría para proyectar la construcción de otro cubo, renovar o hacer el mantenimiento de algunas herramientas esenciales y brindar las 3 comidas de un día a cada una de las 54 personas que, entre madre, hijos, nietos, bisnietos, yernos y nueras, conforman el básico de la familia cercana.

Yonan trabaja solo, cuatro metros debajo de la tierra. No lleva casco ni arneses ni ningún tipo de protección. Para bajar se sienta en una suerte de columpio que, de a poco, van soltando sus hermanas Victoria y Mélida. El hombre no para de sacar barro y ponerlo en improvisados baldes hechos con despojos de galones plásticos, para enviarlos por una polea a la superficie. Para subir, jala una gruesa cabuya y vuelve a sentarse en el columpio, mientras sus hermanas triplican el esfuerzo.

Ya arriba, estas entrañas de la tierra son arrojadas a la pendiente que desemboca en el río. El reto del día consiste en sacar una piedra que obstruye la excavación. “Esa roca tranquilamente puede pesar media tonelada”, asegura Gilbert Hurtado, de 34 años, otro hermano de Victoria que abandonó la minería porque sufrió un accidente que le destrozó uno de sus brazos.
Una vez se excaven los quince metros y se alcance la anhelada tierra, se emplean cajones para subir la arena y empezar a lavarla hasta encontrar el oro, usando el agua del río y las bateas. Mientras Gilbert habla, los más chicos de la familia juegan alrededor del cubo a hacer pequeños hoyos. Gana el que más rápido saca barro y lo arroja al río. Gilberto los mira y dice: “es nuestra identidad”.

Alternativas al mercurio

La escobilla o sida rhombifolia, según el biólogo de la Universidad Nacional de Colombia Camilo Benavides, es una maleza selvática colombiana que se puede encontrar a no más de 200 metros sobre el nivel del mar. Los componentes bioquímicos que contiene en altas cantidades como la efedrina, las saponinas o la colina reaccionan al ser estrujados con agua, generando un engrudo viscoso que funciona, como el mercurio, como ácido desestabilizador de las callosidades más pequeñas de la tierra. La diferencia, dicen los Hurtado, es que mientras el mercurio es tóxico para la salud, esta planta sirve para tratar afecciones urinarias, gripes, diarreas y hasta para regular fiebres. Sin embargo, para Benavides, el mercurio “es mucho más eficaz y para la minería a gran escala funciona mejor: la minería con maquinaria pesada extrae kilos y limpiar esos kilos implicaría cientos de manos y toneladas de escobilla”.

Diana Vanegas, doctora en ingeniería agrícola y biológica, investigadora de la Universidad de Clemson en Estados Unidos dice que hay otras alternativas al mercurio, como la fitominería, pero que funcionan de acuerdo a las condiciones de los suelos. “También se puede invertir en una retorta que sirve para reducir la cantidad de mercurio y controlar que no se disperse en el ambiente”. Además, si el suelo no tiene sulfitos se puede usar el método del bórax: “es una técnica más barata que el mercurio y rinde igual, pero para esta o cualquier alternativa hace falta capacitar a la gente”.

Vanegas afirma que la escobilla no fue estudiada científicamente pero que no es la primera vez que ve lideresas mujeres encontrando la manera de subsistir sin dañar el entorno y usando métodos tradicionales, dice también que el mercurio es cosa de hombres: “las mujeres se interesan más por el medio ambiente y por buscar alternativas no contaminantes”.

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*Esta investigación, “La Ruta del mercurio”, fue producida por Late y fue posible gracias al Rainforest Journalism Fund con el apoyo del Pulitzer Center y al GRID-Arendal Investigative Journalism Grant 2022

Director de la investigación: Daniel Wizenberg (Argentina)
Equipo: Alejandro Saldívar (México), Giovanny Jaramillo (Colombia), Nicolás Cabrera (Brasil), Pablo Linietsky(Argentina), Julian Varsavsky (Tajikistan), Dahian Cifuentes (Colombia), Sofía Caruncho Llugano (China) , Mónica Cabrera (Italia).

Toda la investigación se encuentra disponible en Revista Late y en la web del Pulitzer Center (https://pulitzercenter.org/projects/mercury-route). Versiones de las cinco partes aquí expuestas fueron publicadas por separado en Revista Late (América Latina), Revista Proceso (México), France 24 (Francia) AJ+ (Qatar) y El País (España).